sábado, 19 de febrero de 2011

Poema, A LA ORILLA DEL ARROYO, Antonio de Trueba

Una mañana de mayo,
una mañana muy fresca,
entréme por estos valles,
entréme por estas vegas.
Cantaban los pajaritos.
olían las azucenas
eran azules los cielos
y claras las fuentes eran.
Cabe un arroyo más claro
que un espejo de Venecia,
hallara una pastorcica,
una pastorcica bella.
Azules eran sus ojos,
dorada su cabellera,
sus mejillas como rosas
y sus dientes como perlas.
Quince años no más tendría
y daba placer el verla,
lavándose las sus manos,
peinándose las sus trenzas.
II
"Pastorcica de mis ojos,
admirando la dijera,
Dios te guarde por hermosa;
bien te lavas, bien te peinas.
Aquí te traigo estas flores
cogidas en las pradera;
sin ellas estás hermosa
y estaráslo más con ellas.
""No me placen, mancebico,
respondióme la doncella;
no me placen, que me bastan
las flores que Dios me diera.
""¿Quién te dice que las tienes?
¿Quién te dice que eres bella?
""Me lo dicen los zagales
y las fuentes de estas vegas.
"Así habló la pastorcica
entre enojada y risueña,
lavándose las sus manos,
peinándose las sus trenzas.
III
"Si no te placen las flores,
vente conmigo siquiera,
y allá, bajo las encinas,
sentadicos en la hierba,
contaréte muchos cuentos,
contaréte cosas buenas.
""Pues eso menos me place,
porque el cura de la aldea
no quiere que con mancebos
vayan al campo doncellas.
"Tal dijo la pastorcica
y no pude convencerla
con ésta y otras razones,
con ésta y otras promesas.
Partíme desconsolado,
y prorrumpiendo en querellas,
lloré por la pastorcica,
que, sin darme otra respuesta,
siguió cabe el arroyuelo
entre enojada y contenta,
lavándose las sus manos,
peinándose las sus trenzas
IV
Entréme por estos valles,
entréme por estas vegas.
Cantaban los pajaritos.
olían las azucenas
eran azules los cielos
y claras las fuentes eran.
Cabe un arroyo más claro
que un espejo de Venecia,
hallara una pastorcica,
una pastorcica bella.
Azules eran sus ojos,
dorada su cabellera,
sus mejillas como rosas
y sus dientes como perlas.
Quince años no más tendría
y daba placer el verla,
lavándose las sus manos,
peinándose las sus trenzas.
Timoteo

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